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tratamiento de la ludopatía

¿SE PUEDE CURAR LA ADICCIÓN AL JUEGO?

PSICOLOGOS EN OVIEDO

Para muchos el jugador patólogico y, especialmente, para sus familiares o seres más próximos, la respuesta a esta pregunta puede resultar esencial. Más que hablar de una cura o solución radical irreversible, deberíamos decir de que la adicción al juego se puede – y se debe – tratar. Al menos esa es nuestra experiencia en Vivat como psicólogos en Oviedo con una larga trayectoria en el tratamiento de estos problemas. Bajo un tratamiento psicológico adecuado se pueden establecer las pautas necesarias para suprimir completamente el hábito del juego compulsivo, si bien, como en tantas adicciones, la condición de ex-adicto obliga a recurrir a una serie de refuerzos y precauciones destinadas a prevenir cualquier posibilidad de recaída.  Y es que el índice de recaídas en jugadores patológicos que han sido sometidos a un tratamiento específico por un psicólogo especializado en adicciones es sustancialmente inferior, respecto a aquellos que creen haber superado la adicción al juego por sus propios medios. Aun así, el riesgo de recaer es un riesgo real en todos los pacientes. Nadie está a salvo, pero ser conscientes de ese riesgo, es un primer paso que nos aleja del peligro.

En cualquier terapia para curar la adicción al juego, conviene pues partir de la convicción de que se puede salir del agujero, pero que se tratará de una cuestión de tiempo y perseverancia. En la lucha contra la ludopatía las partidas se juegan a diario y el único premio es sobrevivir. Para ello hay que mantener la guardia siempre alta y no confiarse por nada del mundo. Desde Vivat psicólogos animamos a todos los que sufren problemas de juego patolólgico, con mucha más incidencia social de la que se reconoce, a someterse tratamiento y a buscar una terapia contra la adicción efectiva, pues los resultados están ahí y se pueden lograr con convicción propia y con la ayuda profesional adecuada.

Para conseguir dejar el juego patológico, resulta esencial confiar en nuestro psicólogo y poner en juego toda nuestra voluntad. Conforme pase el tiempo y controlemos nuestros hábitos, el objetivo parecerá asequible: vivir una vida alejado de las partidas, las apuestas, las tragaperras o cualquier otra forma de tentación de las múltiples que acechan a quien sufre esta grave dependencia, pero ese es el gran error. La confianza. Un exceso de confianza, puede llevarnos a recaer en cualquiera de las multiformes facetas que asume el juego en nuestra sociedad, entendiendo por tales aquellos de habilidad, envite o azar que ofrecen la posibilidad de obtener una recompensa económica. Pues es la excesiva autoconfianza uno de los rasgos distintivos de muchos jugadores, especialmente en juegos que requieren de ciertas habilidades, y que puede llevarlos a resultados indeseados en muchas ocasiones, tal y como le ocurría al genial Steve McQueen en el mítico film «El Rey del Juego» The Cincinnati Kid.

Merecen consideración aparte las adicciones a otro tipo de juegos o entretenimientos como los videojuegos, que no ofrecen el gancho de la retribución – que es, por lo demás, el inevitable reverso luminoso de la apuesta o «inversión» que ha de realizar el jugador. Porque es precisamente esa inclinación natural – hay quien habla incluso de predisposición – a obtener placer de la incertidumbre y de la tensión controlada, así como de la anticipación del éxito con su anunciada recompensa, la que parece dibujar el perfil de las personas con problemas de adicción al juego. Y es ese perfil el que nos puede llevar, una vez superada la adicción concreta a una forma de juego muy precisa – pongamos el bingo, por ejemplo – a probar otras formas de juego, con el autoengaño de que no entrañan el peligro de aquella que nos atrapó.

Por eso, podemos concluir, que la adicción al juego se puede curar, al igual que otras patologías, en la medida en que podamos suprimir sus consecuencias perniciosas. En muchos casos, los exjugadores, después de un tratamiento continuado, serán portadores de un imaginario y peligroso virus que, debidamente controlado y aislado, puede permitir a estas personas convivir con él y evitar que se materialice las consecuencias catastróficas de una nueva infección.