Una aspiración tan vieja como el hombre. Huir de la decadencia y escapar a la senectud es el sueño dorado de la humanidad. Más aún que la inmortalidad, pues una vida inacabable carecería de sentido si sólo supusiera prolongar la vejez hasta el infinito. Conservarse eternamente joven ha sido la ambición confesa de antiguos faraones, reyes y emperadores. Y de no pocos plebeyos. De hecho, hoy en día podemos encontrar a modernos urbanitas aún obsesionados con la idea – tan seductora – de detener el paso del tiempo. O, al menos, sus consecuencias, como dicen los anuncios de las llamadas cremas anti-edad. Una pretensión que adorna o revela alguna de las variadas patologías a las que puede enfrentarse un psicólogo en Oviedo, un día cualquiera de consulta. Desde el conocido síndrome de Peter Pan, hasta la adicción a la cirugía estética, pasando por distintos grados de ansiedad o angustia.
¿De dónde nos viene?
Quizá tenga algo que ver con la freudiana pulsión de muerte o su antagonista: la pulsión de vida. O con el ancestral anhelo de trascendencia que ya revelan algunos enterramientos primitivos del Hombre de Neanderthal. Nuestro afán de pervivir puede ser un reflejo, inconsciente o exagerado, de un instinto tan básico como el de conservación. O de algo más.
La cuestión es que no nos gusta hacernos viejos. Porque la vejez es la antesala de la muerte. De la desaparición. Al menos, desde un punto de vista material. Tan antiguo como nuestra historia parece ese deseo irracional de seguir igual que siempre. Un rasgo psicológico que nos define. Como la capacidad de reír o llorar. Jóvenes para siempre, o Forever Young como cantaba Alphaville.
Reliquias de un mundo olvidado
Los grandes faraones erigían pirámides como testimonio de su propia inmortalidad. Y los antiguos egipcios se cuentan entre los inventores del maquillaje, pues fueron maestros de la cosmética, además del embalsamamiento. Quizás no por casualidad. De hecho, un joven muchacho de unos 20 años, podría ser uno de los mejores ejemplos de la lozanía venciendo a la muerte a través de los siglos. Si no fuera, claro está, por lo que de él ha llegado hasta nosotros: un reseco hatajo de huesos y cartílagos polvorientos. Eso sí, envueltos en un inmaculado sarcófago dorado y rodeado de las inconmensurables riquezas que hicieron famoso su nombre: Tutankamón. Al final, el tiempo había hecho bien su trabajo, pese a todos los esfuerzos por desafiarlo. Una dura metáfora, sin duda, pero que encierra alguna enseñanza.
El ansia de permanencia
Esa misma angustia que se apodera de muchas personas de mediana edad, al acercarse al otoño de su vida, y les conduce directamente a la consulta del psicólogo, tampoco es de hoy. El renombrado primer emperador de la China, Qin Shi Huang también la padeció. Son conocidos sus esfuerzos por encontrar el elixir de la inmortalidad o la cura de la muerte, que finalmente no pudo evitar. De hecho, su tumba sería un monumento a ese desatino, pues intentó recrear todo un mundo para su vida ultraterrena. Ignoramos si lo consiguió. Y aunque no podamos identificarnos con su megalomanía ni con su crueldad, algo sí nos hace empatizar con esa ansiedad tan humana por permanecer.
Vivir cada día como si fuera el último
La adolescencia es una edad difícil, pero la madurez también puede serlo. Muchas personas adultas acusan esa desazón que ya anunciaba el Dante en su Divina Comedia, por hallarse «en mitad del camino de la vida, en una selva oscura, porque la recta vía era perdida». Para muchos es la hora de hacer balance, y no están conformes con los resultados. Especialmente cuando resuenan en sus conciencias el Carpe Diem de Horacio y el Memento Mori. Aprovecha el momento y recuerda que tienes que morir.
Son mensajes aparentemente contradictorios, abandonarse al hedonismo o recogerse en uno mismo consciente de tu propia finitud. Pero también complementarios. Precisamente asumiendo nuestra transitoriedad debemos intentar saborear el cáliz de lo bueno que nos depara la vida. Quizá la dificultad esté en reconocerlo. Y ahí es donde los psicólogos podemos ayudar. O al menos orientar. Porque la respuesta suele estar en uno mismo. Muchas veces la incapacidad para ser feliz reside en buscar desesperadamente esa felicidad en los demás. En la pareja, en el trabajo, en la sociedad. En un reconocimiento que nunca llega o nunca nos parece suficiente.
Venciendo a la ansiedad
Al igual que los más poderosos de la tierra en siglos pasados, muchos hombres y mujeres de hoy parecen haber alcanzado el cenit de su poder al llegar a la madurez. Así era hasta hace poco. Con todas las necesidades básicas cubiertas, pudiendo viajar a cualquier parte del mundo, disfrutar de una vida activa o mantener una actividad sexual plena. ¿Por qué resignarse a ir perdiendo todo eso con la edad?
Quizá no sea cuestión de resignarse, sino de asumir la naturaleza de las cosas y hacerlo con optimismo. O con una perspectiva vital lo más enfocada posible hacia las cosas que de verdad importan. Por supuesto que mantenerse bien físicamente – y mentalmente – es una de ellas. Y de las más importantes. Pero hay otras que no podemos olvidar. De eso hablábamos al referirnos en otro momento a la psicología del envejecimiento.
Hoy, además de la vejez, nos amenaza más que nunca la enfermedad. Y la muerte. Sí, por qué no decirlo. Pero es una amenaza exagerada. Al menos en el sentido de que siempre ha estado ahí. Solo que ahora la tenemos más presente debido al confinamiento, la saturación informativa y a una realidad como la pandemia global que estamos padeciendo. Y no debemos dejar que nos dominen la ansiedad o los pensamientos negativos. Además de acudir a técnicas de relajación tenemos que rearmarnos psicológicamente. Afrontar los desafíos de nuestro tiempo con una actitud resuelta y volver la vista hacia los demás puede ser una buena receta.
Si necesitas ayuda psicológica o te sientes superado por los acontecimientos, contacta con nosotros, y podremos ofrecerte lo más indicado entre nuestras terapias para adultos en Oviedo.