La salud mental es parte indudable y fundamental de nuestro bienestar. Es un hecho habitual que las personas atraviesen toda clase de problemas emocionales, sociales o psicológicos a lo largo de su vida, ya sean de mayor o de menor intensidad. Pese a ello, hasta tiempos relativamente recientes aquellos que acudían en busca de ayuda profesional lo hacían casi en secreto, y de manera renuente muchas veces.
Históricamente, los problemas psicológicos se han vivido con vergüenza. Aquellos que los sufrían intentaban que su padecimiento no fuera percibido por otros. Este estigma dio lugar además a numerosos prejuicios, algunos de los cuales perduran hasta hoy. La normalización que vino posteriormente trajo una considerable mejoría en las expectativas de tratamiento para estas personas. No obstante, y siendo esto innegable, ha provocado, como efecto péndulo. el problema de la banalización de los problemas de salud mental.
La época del estigma
En tiempos pasados, la falta de comprensión de los problemas psicológicos dio lugar a la popularmente conocida institución del asilo psiquiátrico o manicomio. En él se encerraba a aquellos considerados locos o no aptos para vivir en sociedad. Débil mental, loco, peligroso: estos y otros muchos fueron los estereotipos asignados en esta época a las personas con problemas psicológicos o mentales de la más variada índole.
Hoy sabemos que las personas con problemas de este tipo son de toda clase, y pueden ser individuos perfectamente funcionales. Pero aún perviven connotaciones negativas heredadas de esta perspectiva estigmatizadora.
Con efectos altamente perniciosos para los implicados, la discriminación llevaba a empeorar la situación de estas personas. Alejarlos de la educación y del trabajo les conducía al aislamiento y la vulnerabilidad, generando un deterioro retroalimentado en sus condiciones de vida. La estigmatización favorecía la perpetuación de esta situación. Se reforzaba la idea de que los problemas mentales debían ser ocultados, impidiendo un tratamiento adecuado.
La normalización de las cuestiones relativas a la salud mental puso fin a esta percepción social mayoritaria. Gracias a esta nueva perspectiva los afectados por problemas de salud mental o psicológicos suelen buscar ayuda profesional sin temor a ser juzgados negativamente. Y existe un creciente consenso social acerca de que los problemas psicológicos son comunes y tratables.
La banalización
Esta nueva percepción social, con todo lo positivo que indudablemente trae consigo, es un arma de doble filo. La normalización ha implicado una cierta banalización, una forma de acercarse a los problemas psicológicos sin tener en cuenta su posible gravedad, variedad o complejidad. En muchas ocasiones, las buenas intenciones son el origen de esta nueva problemática.
Por ejemplo, uno de los síntomas de esta banalización es la popularización de conceptos erróneos. Equiparar tristeza con depresión, o ansiedad con nerviosismo, son solo algunos de los más comunes. La divulgación de la psicología a niveles no profesionales ha acarreado también la proliferación de supuestas terapias o consejos impartidos por personas carentes de la debida formación.
Por si esto fuera poco, en ocasiones, la banalización de los problemas mentales llega al extremo de tratarlos como una moda. Esto daña y minimiza el esfuerzo por su normalización, pues al convertirlos en una simple tendencia temporal, se hace dudar a aquellos que los padecen de si es conveniente acudir en busca de ayuda profesional. Los problemas mentales son variables en su gravedad y su extensión, y desestigmatizarlos no implica negar esa realidad.
Los riesgos de la banalización
Los términos de origen psicológico son cada vez más comunes en el lenguaje diario. Ya hemos visto antes los ejemplos de la depresión y la ansiedad, que son dos de las más frecuentes. Se usan a menudo sin otro fundamento que la opinión de quien las pronuncia, al margen de todo criterio profesional. Esto hace que su sentido se convierta en algo trivial, lo que afecta a aquellos que verdaderamente padecen estos problemas. Su padecimiento queda disminuido, y la importancia de buscar ayuda, minimizada
Esta érronea representación de los problemas mentales se extiende a los medios de comunicación. Por ejemplo, el suicidio y los problemas que conducen al mismo siguen apareciendo en ciertas series y películas con cierto halo romántico o bien como una solución fácil a problemas complejos. Teniendo en cuenta que sabemos que es un fenómeno con un fuerte componente de contagio social, estas asociaciones son bastante peligrosas.
Las nuevas teconolgas y formas de comunicación también pueden incidir negativamente. En redes sociales como TikTok existen vídeos donde los usuarios fingen padecer diversos problemas mentales como el síndrome de Tourette o Trastorno de identidad disociativo. El daño que provocan estos vídeos radica en su representación errónea de los problemas mentales, así como en presentarlos como algo divertido o atractivo de tener. De nuevo, se minimiza el sufrimiento de aquellos que realmente los padecen.
Finalmente, otro problema derivado de la banalización es el uso de las enfermedades mentales como excusa. Se busca así una justificación para conductas hirientes o irresponsables, lo que perpetúa los estereotipos vinculados a las personas con problemas psicológicos.
Conclusión
Podemos considerar la normalización de los problemas mentales como un equilibrio sano entre la estigmatización y la banalización. Las personas con enfermedades de este tipo no deben ser menospreciadas ni excluidas. Tampoco debe banalizarse su sufrimiento convirtiéndolo en un método fácil de justificar malos comportamientos o llamar la atención, precisamente porque se trata de un sufrimiento muy real.
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